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Migración:

Chile primero

Juan Pablo Ramaciotti

Juan Pablo Ramaciotti

Director Ejecutivo

Centro de Políticas Migratorias

La Segunda, 1 de junio de 2025

Que los países redoblen esfuerzos por tener fronteras más seguras, disminuir la inmigración irregular y contar con un sistema migratorio eficiente no sólo es legítimo, sino que absolutamente necesario.

Cada vez se hacen más comunes los ejemplos de gobiernos que han adoptado una postura crecientemente restrictiva frente a la inmigración, como respuesta a las tensiones que se generan cuando aumenta la llegada de extranjeros, especialmente a través de vías irregulares.

 

En Estados Unidos, Donald Trump suspendió la llegada de refugiados, reforzó el control fronterizo, ha expulsado a inmigrantes irregulares a terceros países como El Salvador y Costa Rica y se han intensificado las redadas de migrantes indocumentados. En Italia, el gobierno de Giorgia Meloni firmó un acuerdo con Albania para enviar a inmigrantes rescatados del mar o detenidos en Italia a centros de detención en territorio albanés, ha aumentado el tiempo de detención de migrantes irregulares a 18 meses antes de deportarlos, ha limitado el acceso al asilo y ha reforzado el control fronterizo en países africanos. Recientemente, el gobierno de Javier Milei en Argentina ha anunciado el cobro por servicios de salud a extranjeros que no tengan visa de residentes, la incorporación de mecanismos de expulsión inmediata y mayores requisitos para acceder a la residencia permanente. Ejemplos como estos hay muchos; también en Chile durante los últimos años se han ido estableciendo mecanismos legales y administrativos que buscan desincentivar la migración irregular y controlar la frontera de manera más efectiva. 

 

Que los países redoblen esfuerzos por tener fronteras más seguras, disminuir la inmigración irregular y contar con un sistema migratorio eficiente no sólo es legítimo, sino que absolutamente necesario. El problema es cuando estas medidas vulneran derechos fundamentales y van acompañadas de discursos que alimentan el rechazo a los extranjeros, dividiendo a la sociedad entre “anti migrantes” y “pro migrantes”. Estas retóricas suelen estar marcadas por un nacionalismo que plantea la necesidad de priorizar al país antes que a los inmigrantes, planteando una falsa dicotomía que puede costar muy cara a futuro.

 

Experiencias de años anteriores en Estados Unidos e Italia muestran que la persecución y estigmatización de los inmigrantes generan exclusión y vulnerabilidad, lo que afecta a la convivencia, cohesión y desarrollo de la comunidad completa. Los países que sólo se enfocan en el control fronterizo sin dar oportunidades a un sistema migratorio que entregue soluciones comprehensivas, han incentivado una sofisticación de las bandas criminales dedicadas al tráfico y trata de personas, generando más peligro tanto para los migrantes como para las sociedades receptoras. 

 

Parte de esto ya está ocurriendo en Chile: ha aumentado el tráfico de migrantes y la trata de personas; la percepción de la ciudadanía sobre los inmigrantes ha empeorado sostenidamente durante los últimos años; la convivencia en los barrios se ha tensionado ante choques culturales; y la pobreza de las familias migrantes ha superado la de los hogares nacionales.

 

Hoy aproximadamente una de cada diez personas en Chile es inmigrante. Los hijos e hijas de extranjeros son chilenos cuyo futuro también marcará el de nuestro país. Optar por discursos que profundicen los conflictos, el miedo y la criminalización va a hipotecar la cohesión y convivencia de Chile. Sin embargo, estamos a tiempo para optar por un trabajo serio, con altura de miras y decidido para tener políticas migratorias sólidas, que nos permitan avanzar en seguridad, orden y cohesión social. Poner a Chile primero requiere desprenderse de discursos populistas y tomarse en serio los desafíos que plantea la migración, reconociendo las tensiones y oportunidades que tenemos como país, tomando decisiones que respondan a las urgencias de hoy sin arriesgar nuestro futuro.
 

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